Un velo de misterio by Candace Camp

Un velo de misterio by Candace Camp

autor:Candace Camp
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins, S.A.
publicado: 2017-02-16T07:05:52+00:00


Alexandra sentía un fuerte dolor en la cabeza. Apenas era consciente de lo que la rodeaba.

—Es muy, muy guapa, Peggoddy —dijo una mujer con una voz nasal—. Debo decir que tu gusto ha mejorado. ¿Dónde la encontraste?

Le respondió una voz estropajosa y profunda, pero Alexandra apenas entendió algunas palabras.

—No sé. Me pareció un desperdicio dejarla allí.

—Has hecho bien en traérmela —dijo la mujer con una risita—. Esta vez, te pagaré el doble.

—¡Qué bien! —dijo el hombre con evidente satisfacción.

Alexandra se removió. Intentó darse la vuelta, pero no pudo. Parecía tener las manos atadas sobre la cabeza.

—Parece que ya se despierta —dijo la mujer—. Sujétala, Peggoddy.

Alexandra notó que algo agarraba sus tobillos. Segundos después, se oyó el chasquido de unas tijeras. El sonido fue oyéndose cada vez más cerca y, al mismo tiempo, Alexandra sintió el roce metálico de las tijeras en la piel. De pronto, las dos mitades de su camisón se separaron, dejando su cuerpo al descubierto. Al notarlo, Alexandra abrió bruscamente los ojos.

Encontró que la estaba mirando una de las mujeres más extrañas que había visto nunca. Tenía la cara surcada de arrugas, como la de una anciana, pero su cabello era de un tono imposiblemente pelirrojo. Llevaba oro y diamantes en el cuello y en las orejas, una espesa capa de maquillaje y un vestido indecentemente escotado que dejaba al descubierto gran parte de sus arrugados senos.

La mujer contempló el cuerpo desnudo de Alexandra.

—Es perfecta —dijo, tomando uno de sus senos con la mano—. Oh, sí, creo que sacaremos una buena suma con ella. Lástima que tuvieras que golpearla, Peggoddy. Tendremos que esperar un día o dos, hasta que ese cardenal de su mejilla desaparezca.

—¿De qué está hablando? —gimió Alexandra—. ¿Quiénes son ustedes? ¿Se puede saber qué están haciendo? —de repente, los recuerdos afluyeron a su mente—. ¿Qué le han hecho a mi madre?

—Yo soy Magdalena —dijo la mujer—. No te preocupes, estás en buenas manos. Magdalena sabe hacer buen uso de las muchachas hermosas como tú.

Alexandra se quedó mirándola, sin comprender. Intentó incorporarse, pero comprobó asombrada que tenía las manos atadas a la pared.

—¿Qué...? ¿Por qué...?

—Te ha traído Peggoddy —Magdalena señaló hacia el corpulento hombre situado al pie de la cama—. Él sabe que yo soy la mejor. ¿No es cierto, Peggoddy? Sepárale las piernas, para ver lo que tenemos.

—¡Alto! —gritó Alexandra indignada mientras Peggoddy le separaba las piernas obedientemente—. ¿Qué están haciendo?

La mujer no respondió. Simplemente, colocó la mano entre los muslos de Alexandra e introdujo un dedo. Alexandra emitió un jadeo ahogado.

—Ah, mejor que mejor —la mujer sonrió—. Es virgen. Le pondré un buen precio a tu primera vez.

—No sé de lo que está hablando —dijo Alexandra, furiosa—. Pero será mejor que me suelten ahora mismo.

—Oh, es de las peleonas. Bueno, a algunos hombres les gusta que las mujeres se resistan, sobre todo cuando son vírgenes. Conozco a algunos que se interesarán mucho por ti.



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